sábado, 26 de octubre de 2019

Presentación del poeta Juan Manuel Roca en el marco del programa Viernes de Letras de la Universidad del Valle


La oportunidad de nacer a tiempo con Juan Manuel Roca
Dedicado a Nadie

Robert Creeley, —dice Juan Manuel Roca— a quien no conocí en el verano de 2003, solía decir que ser escritor es viajar liviano de equipaje, que hasta las gentes de un medio puritano como el suyo envidian que las palabras sean algo que podemos llevar fuera de casa,(…). El asunto, más allá del material de la alforja, la valija o el baúl, es qué palabras guardar en ella a la hora del viaje.

Así inicia el texto Poética con maletas, del libro Asedios a la palabra. En esta noche la primera imagen con la que deseo terminar este texto es con la presentación de su epitafio personal: No estoy para Nadie. Así, en sus muchas páginas, está atrapada la imagen del tiempo: sus avances posibles y sus certeras regresiones. Por eso, la prosa que da vida a sus versos ha construido un propio lenguaje como un signo. Un código que define varias facetas de su vida. Una vida escrita en el código Rocavulario. Es decir, en el arte del tiempo. En la obra consumada de su sabia vejez siempre habrá una obra nueva de sabiduría joven. Leer a Juan Manuel Roca es observar dentro de la maleta de su viaje y descubrir los artilugios más preciados que usa el viajero para de-construir su peregrinaje. El tiempo del escritor bebe de aquellas lejanías que han clausurado su visa a todos los apátridas de los países que no ha visitado. En un cruce de aduanas regresa hasta nosotros y suenan los timbres del escritor Luis Vidales, su tío materno y el inxiliado más cercano. De la misma manera como mira su itinerario ha mirado de frente al anarquismo, porque, según afirma él “siempre es más importante el viento que la bandera”.

Cada uno de sus versos es una huella antes de poner el primer paso. Una vida contenida en fechas que empieza a recoger su alma en un epílogo antes que el primer capítulo, en un punto final antes que la capital letra: En el 2016 publica: Silabario. Le antecede en el 2013: Tres caras de la luna. En el 2012: Pasaporte del apátrida. En el 2009: Biblia de pobres. En el 2005: La hipótesis de Nadie. En el 2003: Un violín para Chagal. En el 2002: Teatro de sombras con César Vallejo. En el 95: La farmacia del ángel.  Hasta llegar a su primera huella literaria en el 73: Memorias del agua. Juan Manuel Roca también es una vida contenida en reconocimientos, premios antes del primer trofeo, celebración antes del homenaje. En el 2009 recibe el Premio Casa de América de Poesía Americana. Le antecede en el 2007: Premio Casas de las Américas de Poesía José Lezama Lima. En el mismo año: Premio Poetas del Mundo Latino. En el 2004: Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura. Hasta llegar a su tardío Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lemus, en el 75.

En su prosa todo parece regresar y repetirse como en un Monólogo de relojero:

Vivo en un pálpito del tiempo. /De niño odié el monocorde sonido del tiempo en casa de mi padre, /la coral de sus relojes de pared/repitiendo la misma tonada.

Ah, pero aquí radica la importancia de su letra, porque “ningún ladrón es más hábil que el olvido”, olvidar el futuro porque aquello ya está en el pasado, ya pasó, y es posible que se repita. El Poeta nos enseña que de la poesía no se puede vivir, pero no se puede vivir sin poesía, además que es una forma de andar por el mundo. Pocos son los poetas que pueden inocular en el imaginario colectivo un poema que atraviese la historia de un país cruzado de tantas violencias: Nunca fui a la guerra, ni falta que me hace, / Porque de niño/ Siempre pregunté cómo ir a la guerra/ y una enfermera bella como un albatros/ (…)/gritó con graznido de ave sin mirarme: / ya estás en ella, muchacho, ya estás en ella. La poesía, entonces, es una forma de resistencia.

Así, el viajero en el tiempo de la pesada valija nos dice de nuevo en su Monólogo de relojero:

Ahora amo el repique del reloj, /el campaneo de mis horas. /En cada una de ellas crece el ayer, del que estoy habitado.

Antes de laborar en la Casa de Poesía Silva y El Espectador trabajó como estatua de sal mirando al futuro. Perdió todos los sombreros en jardines, bares y aeropuertos. Pero uno de ellos lo usó como firma en el único cuadro que no ha pintado. Venció el miedo a ser padre, al igual que venció el miedo a la lejanía a medida que nos fue acercando a su obra. Y así venció el miedo a la vejez a medida que la ha ido perdiendo: Regresó a la casa materna y pegó las páginas arrancadas a los libros de su padre. Borró de todas sus hojas, verso a verso, su existencia contenida en los libros, título a título fue alivianando la valija de la vida. Arrancó todos los Poemas Humanos, de Cesar Vallejo y revertió la lectura en La Metamorfosis, de Kafka. Desaprendió al escribir, desaprendió al leer como un destino. Antes de cerrar la puerta nos dejó un mensaje en su entrada, como su primera voluntad: “No me gusta la palabra nostalgia”.

A todas estas — sueña el poeta— de regreso a mi ciudad, no deja de perturbarme la imagen de una valija que gira solitaria, una y otra vez, en la banda de equipajes. A lo mejor guarde la palabra perdida, la llave para descubrir el reino del silencio.

En diciembre de 1946 la poesía camina todas las calles que parecen repartirse como una espina de pescado hacia la rural Medellín. Un bolero en regresión, por las esquinas del viejo Teusaquillo y el barrio La Floresta, celebra un nuevo nacimiento: Hola soledad, no me extraña tu presencia…y bienvenido sea El Poeta, bienvenido Juan Manuel Roca, así suena el mundo y ahora te escuchamos.

Muchas gracias.







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