El viaje del
Poeta Humberto Jarrín
Por Saúl Antonio
Munévar
«Hace mucho rato que
vengo corriendo y ya comienzo a fatigarme. Poca distancia he ganado sobre mis
perseguidores; ellos han seguido tras de mí como perros de fino olfato. Me
pregunto cómo los entrenarán. Ya he cruzado muchas esquinas buscando rincones
oscuros por donde escabullirme, pero esta luna llena no está de parte mía. Su
chorro de luz es un farol inmenso que me sigue implacable.»
Así inicia su
primer viaje, que bien puede ser el comienzo de un relato o de un poema en
prosa, constituye uno de los primeros textos del escritor caleño Humberto, el
de apellido extraño, como afirma él en una de sus tantas entrevistas. Se titula
El lugar oscuro, desde el que escribe
o desde el que se alimenta. Su compromiso es con la poesía, pero no deja de
lado el cuento, el minicuento, el ensayo, el teatro; además de ejercer como
profesor, investigador y padre. Pero su pluma corre y no se fatiga, no parece
ser su mano vital la que escriba un nuevo poema sino la continuidad de la
renovación de la voz. Poca es la distancia que hay entre las distintas
publicaciones y los premios merecidos, aunque, como dice él, el tiempo es
relativo como la muerte. Y su pluma conoce a Newton, pero se resiste a caer. ¿Cómo
entrenará para incursionar en tantos periplos de concursos, géneros, temas,
oficios y nuevos proyectos a la vez? ¿Cuántos son sus perseguidores? La luz de
la literatura definitivamente lo persigue, aunque desde la oscuridad encuentre
la materia prima, siempre es la luz quien ve su trabajo. Su obra es un farol
inmenso que nos persigue implacable, aunque Heráclito no habló de la luz.
He aquí un
ejemplo de ubicuidad creativa: Su primer libro de poemas lo tituló Herramientas de trabajo, en 1982, joven
publicación a poca distancia de su fecha de nacimiento en el 57, época convulsa
en Colombia. Las inquietudes políticas también militaron con el poeta de ese
entonces. Cuatro Narradores en 1984,
libro donde aparecen dos de sus primeros relatos. En este mismo año recibe una
Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía ICFES. En 1988 publica Líneas de Alfanje. Y en cada década se
aproximan más las obras y los reconocimientos hasta que el espacio que separa
lo uno de lo otro es cada vez menor. Contrario a la expansión del universo, uno
de sus temas, su universo literario se encoge en tiempo dejando largos espacios
ocupados por la creación. El perseguidor ahora es perseguido.
¿Y sus
palabras?, muchas son de carne, no de aire, en El Péndulo de Sangre, obra donde ha logrado derrotar en batalla y
así lo atestigua su poema La hoja en
blanco, blanco como el miedo al vértigo, como un monstruo industrial que
come tiempo y traga tinta. En esta parte del viaje aparecen piedras iluminadas,
hombres extraviados, espejos y simulacros, la arena experimentada hasta la
clausura con el poema final: «Soportarse a solas por otros siglos / pues hay
secretos/ que solo / — y a regañadientes—/ compartimos con nosotros mismos.»
En El rumor de los seres, el poeta exhorta
al lector a cuestionarse, ¿o a detenerse?, sobre temas como el tiempo, el
viento, la muerte, la sombra, la oscuridad entregada en gatos negros, los
fantasmas, la rana de Basho, y en el último haikú Albert Einstein le responde,
y nos responde, que todo es relativo. En este pasaje de cortos pasos, pero gran
distancia, el viaje es a bordo de sí mismo: «Hablo conmigo/ lo mal que nos
llevamos, / único tema.» Pero al final, como Platón, concibe la idea de que
vive afuera.
De
otras vidas y Humano, dos poemarios en un mismo libro. En el primero aparecen
las fuentes de las que bebe, o mejor, se embebe el poeta: Ulises, Heráclito,
Polifemo, Tales de Mileto, Don Quijote, Einstein, Van Gogh, Borges, entre
otros. Y sucede como en el fragmento del principio, el primer poema empieza:
«Dejarlo todo / Olvidar que un día partí / clavar los viajes en la Rosa de los
Vientos / quemar las cartas de navegación…» Y en el segundo poemario, el poema Señora de los Solos, nos relata el
siguiente final: «Como un billete que ha escapado/ de los bolsillos del
ahogado, / mordiendo en la memoria/ mis números/ mis llaves/ mis horarios y
calendarios, / todo aquello que delata los sitios en que vago/ por si decide
volverme a buscar.»
En El lugar oscuro termina así su viaje,
como el preludio de una continuación:
«Y en el momento en que
colocan la lápida que tiene mi nombre en rústicas letras, se hace una luz, no
muy intensa, que sin embargo me lastima los ojos, y veo ante mí, parado en la
pequeña puerta abierta, al profesor que me dice seca y duramente: “Levántate,
es hora ya de regresar a casa”».
Humberto Jarrín
son tres en una misma odisea: El que parte, el cronista y el que regresa,
perdón, quise decir cuatro, el que despierta. Escuchemos, pues, al Poeta que
acaba de entrar a esta casa.
Humberto Jarrín. Cas(z)a de Letras programa (50)
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