La Caída del Pez Dragón
—Nunca vayas hacia
la luz —le advirtieron al joven Koi —, arriba todo está desolado; los últimos caminantes
se apresaron unos a otros con sus propias trampas.
—Desde hace años nada
ni nadie se asoma a la luz —agregó el más viejo del grupo.
El joven espinado
sabía sobre esas advertencias mucho antes que alguien se las dictara. También
sabía que las vanas precauciones de los viejos eran el resultado de grandes
lagunas entre toda la manada; los escasos recuerdos habían pasado de boca en
boca hasta volverse imágenes viejas y agrietadas. Koi no era tan joven como para
perder la memoria propia, ni lo suficiente viejo para enfermase de una memoria
vieja. Él era un almacén de ideas y hechos aún puros; ideas con las que todos
los seres nacen y las pierden con el fluir de la experiencia. Por inherencia
sabía sobre el mito de aquel ancestro que una vez salió del agua y apagó el
fuego sagrado de los dioses, entonces fue condenado a vestirse de colores y a
habitar las aguas estancadas. Conocía las disputas por los yacimientos del
omega contra los caminantes de la tierra que acabaron con muchos de los reservorios
de acontecimientos pasados.
A veces Koi
adoptaba la postura vertical para desplazarse en las paredes rocosas; intentaba
alcanzar las sombras dípteras que muy rápido pasaban sobre él. Las barbas y
aletas eran cada vez más largas y fuertes. Quería ver a los caminantes de
arriba y qué sucedía con la luz prohibida. Había un puñado de adultos que —según
se decía— habían estado arriba y habían logrado regresar. Nadaban siempre en
fila circular, tenían los ojos blanquecinos y miraban siempre apuntando a lo
alto. Cuando sintieron la cercanía de Koi se detuvieron.
—Hola ¿quién eres?
—dijo alguno. Antes que Koi respondiera, la pregunta fue pasando de uno en uno
hasta acabarse:
—hola ¿quién...?
—hola…
— ho…
Después callaron.
El joven pez guardó silencio.
« ¿De dónde vienen
los hechos que no se han vivido?, ¿hasta dónde hay que perseguirlos para que pasen?
», se dijo él. La nostalgia le brotó de golpe en la piel, y el golpe fue tan
duro que le dejó un lunar rojo de sol naciente sobre la cabeza. La nostalgia era
el motor de su determinación. Tenía que
ir hacia la luz. Sus agallas se fortalecieron y se echó al andar. El camino fue
una aclaración de tonos celestes y verdes. A medida que se acercaba a la cima, esta
se ensanchaba como una enorme boca.
Dando botes se
encontró sobre un banco de arena que le abrasó la piel; experimentó la luz del sol.
Los rebotes le hicieron olvidar todo para recordar que era un simple pez, y
nada más que eso. Un anciano de bigotes largos, que seguía unas huellas bordeadas
sobre el islote, encontró al moribundo. Por mero impulso lo alzó por la cola, abrió
la boca desdentada y lo soltó dentro de su garganta. Miró los días, miró las huellas
y sus pies; después de años, fue otra vez consiente de por qué seguían allí.
Asomó al agua y reconoció aquel rostro centenario. Había perdido el olvido para
recuperar la memoria; el primer recuerdo que le vino a la cabeza era que debía
haber regresado al agua hace mucho tiempo.
https://elclavo.com/impreso/la-caida-del-pez-dragon-historia-acuatica/
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Un hermoso y bien narrado cuento, felicidades y gracias por compartir.
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